Tu oración no necesita cruzar el techo – Ezequiel Fattore
Cuando entiendes que Dios está en todos lados, puedes encontrarlo donde sea que estés. No hay lugar donde vayas que Él no vaya contigo porque; el verbo se hizo carne, habitó entre nosotros y pudimos ver su gloria.
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla. Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1: 1-14
Carne: Él te entiende
La Biblia habla de la intención de Dios de relacionarse con el hombre. Religión es una serie de pasos para poder acercarme a Dios. Jesús es el camino para tener una relación con Dios. Jesús es el nuevo comienzo de la humanidad.
La historia que cuenta Juan es de un Dios que decide hacerse carne y viene al mundo a meterse en nuestros problemas. Dios entiende que somos parte de un mundo roto y ese mundo roto también lo rompe a Él. La cruz es la manera de Dios decir, yo te entiendo.
Jesús se cansó, tuvo hambre, lloró la pérdida de un amigo y la noche antes de morir tuvo miedo. A veces no necesitamos alguien que nos resuelva los problemas, sino que te diga: sé lo que estas viviendo. Hay un Dios que se pone a tu altura para decirte: yo pasé por ahí y te aseguro que vas a estar bien.
Carpa: Él está cerca
La palabra habitar en griego se escribe skēnoō, que significaba poner una carpa. El tabernáculo era una carpa, un espacio donde Dios quería relacionarse con el hombre. Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús se mudó al vecindario. Cualquiera que se acerque a Jesús, se acerca a Dios.
A la hora de encontrarnos con Dios, no necesitamos buscarlo en solo espacio. Lo podemos encontrar en todas partes: en una oración por la mañana, en tu trabajo, en una canción. Partiendo de allí, cualquier espacio se puede transformar en un templo.
Para buscarlo, solo hace falta buscarlo. Dios no solo me entiende, Él está donde yo estoy. Su presencia está en todos lados. Cuando sufres y sientes que no das más, cuando estás frustrado protestando por la vida que tienes, cuando quieres hablar con Él y cuando no, Dios está allí. No estamos solos.
Visita: Él va donde vas
Juan hace referencia a que los discípulos contemplaron la gloria de Dios. La palabra contemplar también significaba visitar. Dios tomó forma de hombre. No trabaja desde lo alto, sino que se pone a mi altura. Puso una carpa en el vecindario y me invitó a visitarlo. Una vez que lo visito, algo de Él se impregna en mí. Cuando yo salgo de ese espacio, Él viene conmigo.
No hay lugar donde vayas que Él no vaya contigo. Donde nosotros entramos, Dios entra con nosotros. Para donde sea que vayas, la presencia de Dios te acompañará. Una vez que eres amado y te sientes acompañado, ya no eres nunca más la misma persona. Tú llevas Su presencia a los lugares donde vas.
Mi oración no necesita cruzar el techo porque Dios no está del techo para arriba, Él está del techo para abajo.
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